domingo, 5 de mayo de 2019

I remember you - Steve Earle



Máter


Ya sé que no te acuerdas, Madre, no te acuerdas.

Bajo el cabello blanco, una goma de borrar –no como aquellas
de infancia que olían a vainilla– hecha de niebla
y humo que todo lo difumina, lo desvanece todo. Y sólo deja
tras de sí un hojaldre de escarcha, tan frágiles
esquirlas de cristal que la luz de mis ojos
las rompe si las toca.
Ya sé que no te acuerdas, madre,
pero yo soy tu hijo.
Tu hijo soy, y como tú a mí cuando era niño, ahora te digo yo: eso es azul,
se llama cielo.

Estoy aquí para ser tu memoria y la mano
que conduce tu índice por la línea del mapa que es un río o el rastro
que deja el hada Campanilla, estoy
para ser la linterna que sin miedo se adentra en saqueadas
galerías oscuras, y su haz no se agota porque es luz sin olvido,
porque es luz de luciérnagas. Estoy
para decirte, por ejemplo, Matar a un ruiseñor es tu película
favorita y habla de honestidad, de dignidad, de resistencia.
O vi también, vi tus lágrimas cuando en Los puentes de Madison
la Streep roza temblando el pomo de la puerta
mas no la abre, no la abre y no baja del coche, no baja,
no se atreve a la felicidad.
Y llueve
y el limpiaparabrisas y llueve en el semáforo.

Ya sé que no te acuerdas, pero las lilas
son tus flores, por eso cumples los años en abril, y ves
abejarucos en las multicolores pinzas que sujetan en el cordel
la ropa. Las enmeladas rosas son tu dulce, el rojo tu color, la Historia
tu carrera perdida, y reconócelo, madre, te pierde
un helado de chocolate fundido con naranja.

Esta es tu voz, escucha
cómo atrae a las olas y ahuyenta la tristeza. Cómo, a pesar de tanto,
aparta de mí la soledad.
Ya sé que no recuerdas
porque un maldito soplo aventa los vilanos y flotan
como pequeñas nubes con sus ángeles muertos dentro de la memoria,
pero sí, tú pronuncias palabras que los demás ignoran,
y tú conoces, sí, poemas de Rubén y de Bécquer,
de Machado, de Lorca…
Y me emocionas, madre, me derrumbas,
cuando de pronto,
como un relámpago de alas en la noche, recitas
lejanos versos míos, torpes, de adolescente confundido.
Versos que, tan cabrona la vida, hoy
misteriosamente cumplen el más alto destino:
sirven
para escuchar tu risa,
para que un hijo ría junto a su madre.

Para sanar.

Para vivir.

                      Juan Cobos Wilkins (Minas de Riotinto, 1957)


Dedicado a todas las madres del mundo y del tiempo, a las que son, las que fueron y las que serán, especialmente a aquellas que perdieron sus recuerdos. El suyo perdurará en el corazón de sus hijos hasta el final de los días.


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