jueves, 30 de agosto de 2018

True - Spandau ballet




Ese gran simulacro
 
Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros


en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir/arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro

el olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda

en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinaran por el olvido
como si fuese El Camino de Santiago

el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite/
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrará los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.

                                    Mario Benedetti 


No se trata de reabrir viejas heridas como pregonan los ocupantes del centro (en este pais nadie es de derecha), se trata de cerrar las heridas que llevan más de 80 años sin curarse ni tratarse. Aunque las cicatrices serán para siempre, es tiempo de una vez por todas de eliminar todo vestigio del sátrapa y dar verdad y dignidad a sus víctimas.

¡Salud y república!
 

domingo, 26 de agosto de 2018

Slow dancing in a burning room - John Mayer




Aunque tú no lo sepas

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo,
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos…


Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.
  

                       Luis García Montero

jueves, 23 de agosto de 2018

Otherside - Red Hot Chili Peppers




Tomando  como  base  un  relato  que  circula  por internet , atribuido erróneamente a Gabriel García Márquez, el escritor Gabriel Luna se toma la licencia de reescribirlo imitando el estilo del gran Gabo. Juzgad vosotros mismos si ha conseguido el propósito que perseguía. No obstante, independientemente del resultado literario, la idea central del texto sí parece digna del genio de Aracataca.

                                                                                                               Arreglar el mundo

En el remoto Macondo hay un río de piedras como huevos, moldeadas por el agua y el tiempo. Junto al río hay una hilera improbable de carcasas multicolores que parecen animales prehistóricos, pero que son en realidad los carromatos de una caravana gitana. Y en uno de los carromatos trabaja Melquíades entre vapores, retortas, alambiques, probetas y papiros. Cerca de él, juega el niño Aureliano Buendía fascinado por los imanes y los caleidoscopios, hurgando en tubos de ensayo, cápsulas, piedras azules, revolviéndolo todo.
Melquíades se detiene, interrumpe una operación alquímica para transmutar la tristeza, y reprende al niño. Quiere persuadirlo de ir a la aldea, aunque sea de jugar en el río con las piedras redondas. No lo consigue. El niño sale un momento pero siempre vuelve, como atraído por un imán prodigioso, a la magia del carromato. Resopla el taumaturgo. La operación alquímica se retrasa, está a punto de malograrse. La tristeza fluye como un elixir por un tubo refrigerante y cae en una probeta. Entonces Melquíades recuerda algo. Busca entre los pergaminos, aparta los que tienen escrito el destino de Macondo, y elige uno que no tiene palabras. Lo despliega. Hay en el dorso la copia de un dibujo anatómico de Da Vinci y en el anverso un planisferio. Sin mostrárselo a Aureliano, le dice:

-Aquí encontrarás una figura que lo abarca todo: desde el Finisterrae hasta el Imperio del Sol pasando sobre las pirámides de Egipto, sobre las tierras fértiles de la Media Luna recorridas por tropeles de camellos, traficantes y aventureros, sobre los desiertos sembrados de caravasares turcos, sobre los espléndidos palacios de Babilonia, y sobre las montañas más altas del Himalaya donde hay ogros de nieve, sobre la gran Muralla China y los guerreros de cerámica, sobre los mares de galeones, piratas y corsarios, en la Malasia… Todo está representado aquí.

El niño quiere atisbar tanta maravilla, pero Melquíades apoya el pergamino en una mesada dejando ver sólo el dorso y esparce con cuidado una pócima sobre la hoja. El pergamino larga un humillo color ámbar, endurece como la piedra, y luego se fractura en cien partes. Melquíades enfría el preparado, recoge los pedazos en una vasija y los entrega al niño.

-Trata de componer el mundo mientras yo intento vencer la tristeza -le dice.

El alquimista vuelve a su transmutación, calcula que Aureliano se estará quieto, que tardará semanas en resolver el rompecabezas.

Una hora después, lo interrumpe la vocecita infantil.

-¡Pude arreglar el mundo, pude arreglar el mundo!

Melquíades resopla, no puede creerlo. Espera ver un trabajo torpe y defectuoso, pero el niño le presenta el planisferio terrestre completo e impecable.

-¿Cómo pudiste hacerlo tan rápido sin haber visto el plano?

-No había visto el mundo -responde el niño-, pero sí había visto el dibujo del hombre que estaba atrás. Así es que compuse primero al hombre para poder arreglar el mundo.

Algo transmuta. El elixir de tristeza se disuelve en la sonrisa del alquimista.

                                 Gabriel Luna


lunes, 20 de agosto de 2018

Take Me Out - Franz Ferdinand




LOS MILAGROS COMO CUARTO ESTADO DE LA MATERIA (POCO ANTES DEL AMANECER, CUANDO LOS GATOS DIRIGEN EL TRÁFICO)

 
Son estas las ruinas y las lluvias del otoño,
entrar en el metro atravesando la puerta de una iglesia
llorar por la afonía de un grillo, caminar y volver a entrar a la iglesia
pero esta vez a través de la lluvia,
y entonces verte cruzar el paso de cebra
mientras una pareja de gatos dirige el tráfico.

He aquí el primer milagro:
tú entrando en el cielo a través de tus lunares,
no hay astrónomo ni fumeta que haya imaginado un cielo con tanto escote
desde luego no sabes quién diablos era Baudelaire
ni que a veces hay que llevar faldas más largas (y menos transparentes)
bajo la lluvia
pero da lo mismo, de quimera a quimera y de quimera a claridad
y viceversa
haces que el infinito se detenga de sopetón,
que el Big Bang empiece a contraerse
como un gran tomate en el microondas
o que las chicas tatuadas en los brazos de los taxistas dejen de fumar
y abandonen las labores del amor para entrar a hurtadillas
en las parroquias.

He aquí el segundo milagro: entrar en la estación y verte pelear con el torno para que te deje pasar
entre tanta luz y viceversa
no llevar un céntimo en el bolsillo y pedirte la tarjeta del metro,
comerme con la miel de tu sonrisa los hoyuelos de tus mejillas,
mirarnos sin ninguno de los típicos designios destinados
a los fríos amores por correspondencia.

Aquí el tercer milagro:
hay dos asientos libres juntos,
nos sentamos, sé que me juego un bofetón por mirarte así la entrepierna
hablamos entonces para dejar de sonreír,
hablamos del nuevo estado de la materia que acaban de descubrir
en los ojos de pollo,
hablamos sin darnos cuenta de que cada vez que sonríes
salen cientos de mariposas entre tu escote y mi mirada.
De repente, en un plis plas, llegamos a la última estación
(donde aún es primavera y donde hay minotauros
distrayéndose con aquellas muchachas traídas de Ho Chi Minh
o de Creta)
y, como quién no quiere la cosa, aprovecho para hacerte las típicas preguntas
que te haría un elefante a punto de morir,
mientras le doy tres vueltas a mi corazón alrededor de tu corazón
que se esconde una y otra vez,
como se esconde el sonido en el vientre de una campana.
Nos acabamos de conocer pero ya nos damos cinco besos
no haremos cosas políticamente incorrectas,
eso seguro
el amor ya me ha susurrado al oído que tampoco hoy es mi noche
y bien lo sé: hoy soy yo esta ruina, esta lluvia de otoño,
este pelmazo que no tiene nada que decirte.
Es hora de que te vayas al bar donde has quedado con tu chico
y que yo me marche a casa
(paso de ir al picnic)
ya sobran unos cuantos milagros esta noche
y hay que saber retirarse a tiempo para lamerse las heridas.
Y tranquilos amigos, dicen que las ratas
pueden vivir más tiempo sin agua que los camellos.

                                      Nilton Santiago
(Lima, 1979)


jueves, 16 de agosto de 2018

Living in the past - Jethro Tull




                                                                       El día que murió Elvis

El día que murió Elvis yo había quedado con ella en los relojes de La Concha. Venía de atravesar Francia, desde Le Havre, en donde me había dejado el barco que me traía de vuelta a casa desde Irlanda. Primero a dedo y luego en tren, después de una mala experiencia con un camionero. Me sentía joven, vivo, enrollado, con mi melena rizada, mi mochila de armazón de hierro, como las que llevaban los turistas americanos entonces. Retrasé todo lo que pude la llegada al piso familiar, caminando por una San Sebastián que reconocía esquina a esquina, tan solo de los veranos, todos los de la infancia, y el último antes de la adolescencia, ese en que no pude aguantar más mi amor por ella y se lo declaré por carta al volver a Madrid. Cuatro años habían pasado desde entonces. Cuatro años en los que ella se convirtió en la primera obsesión del adolescente al que pronto secuestraría el flautista del rock. Cuatro años en los que besé otros labios distintos a los soñados, atendiendo a todo lo nuevo, contemplando a veces sin crédito al ser que me miraba desde el espejo. Amigos, música, tus propias canciones, el viaje, Irlanda mística y unos estudios que aún tardaría en abandonar para abrazar los que luego me auparían en la vida. En ese momento llegué a San Sebastián, busqué su teléfono en la guía y la llamé. Ella me había rechazado por carta, “un arranque de amor, se te pasará”, como en las novelas que había leído o leería. Seguí adelante, sí, pero no la olvidé. En ese verano de 1977, con 18 años, melena y mochila, llegué a casa de mis padres, el piso familiar enfrente del Londres, al mismo salón en que cuatro años antes había sentido la llamada de la música nueva, el rock a través de un disco de Jethro Tull, Living in the Past, que un hermano mío había grabado en un cassette. La nostalgia del tema principal envolvió la carta que le escribí al final del verano. Y ahora, cuatro años después, mis padres aparecían más mayores, cansados, contentos de verme, aunque no muy felices por el pelo largo, confiando en que mi viaje a Irlanda hubiera aplacado mis tormentas para dejar los estudios. Miré por la ventana, vi la luz de mediodía reflejándose en la fachada blanca del Londres y comprendí que aquel flautista me había arrancado de ellos. Con tantos hermanos, tantos veranos, tantas infancias, luego adolescencias, y ahora estaban solos, en la incertidumbre de los nuevos tiempos de España. Me voy, he quedado. Nunca fui tan puntual. En los relojes de la Concha, nada menos. Apareció con su caminar lento y sólido, como la recordaba de niña. No estaba cómoda. Yo me sentía más suelto. Había recorrido adolescencia desde aquella carta. Mi melena lo probaba. Qué quieres que hablemos. Solo quería verte, pasaba por San Sebastián. Hace cuatro años que no vengo por aquí. Tengo un grupo de música, no me gusta lo que estudio, alguna vez me he emborrachado. Pues yo no entiendo a la gente que se emborracha porque sí.

En seguida caí. Cuando dos caminos se separan, incluso sin haber llegado a estar juntos más que en ilusión, es la vida lo que sigue. Ella templó algo su conversación, yo había viajado desde que le escribí aquella carta. Al llegar de vuelta a casa, mis padres me dijeron que acababan de anunciar por la tele que Elvis Presley había muerto en su mansión de Estados Unidos. Yo me sentía recién nacido.

                                                                                   Carlos Herrán


domingo, 12 de agosto de 2018

Real gone kid - Deacon Blue





A Leon Werth:

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH
CUANDO ERA NIÑO

Dedicatoria de "El principito" (1943) de Antoine de Saint-Exupéry 

miércoles, 8 de agosto de 2018

Lobo hombre en París - La Unión




Tiritando de fiebre y sobrecogido por una intensa sensación de frío, en mitad de la noche de luna llena despertó brutalmente de su sueño. Se frotó los ojos, quedó sorprendido del extraño efecto que sintió y, a tientas, buscó una luz. Tan pronto como hubo conectado el soberbio faro que le legase algunos meses atrás un enloquecido Mercedes, el deslumbrante resplandor del aparato iluminó los recovecos de la caverna. Titubeante, avanzó hacia el retrovisor que tenía instalado justo encima de la coqueta. Y si ya le había asombrado darse cuenta de que estaba de pie sobre las patas traseras, aún quedó más maravillado cuando sus ojos se posaron sobre la imagen reflejada en el espejo. En la pequeña y circular superficie le hacía frente, en efecto, un extravagante y blancuzco rostro por completo desprovisto de pelaje, y en el que sólo dos llamativos ojos rufos recordaban su anterior apariencia. Dejando escapar un breve grito inarticulado se miró el cuerpo y al instante comprendió la causa de aquel frío sobrecogedor que le atenazaba por todas partes. Su abundante pelambrera negra había desaparecido. Bajo sus ojos se alargaba el malformado cuerpo de uno de estos humanos de cuya impericia amatoria solía con tanta frecuencia burlarse.

Resultaba forzoso moverse con presteza. Denis se abalanzó hacia el baúl atiborrado de las más diferentes ropas, reunidas según el caprichoso azar de la sucesión de los accidentes. El instinto le hizo escoger un traje gris con rayitas blancas, de aspecto bastante distinguido, con el cual combinó una camisa lisa de tono tallo de rosa, y una corbata burdeos. Cuando estuvo cubierto con tal indumentaria, admirado todavía de poder conservar un equilibrio que en absoluto comprendía, empezó a sentirse mejor, y los dientes cesaron de castañetearle. Fue entonces cuando su extraviada mirada vino a fijarse en el irregular y espeso montoncillo de negra pelambrera esparcido alrededor de su lecho, y no pudo impedir llorar su perdida apariencia.

Hizo empero, un violento esfuerzo de voluntad para serenarse, e intentó explicarse el fenómeno. Sus lecturas le habían enseñado muchas cosas, y el asunto acabó por parecerle diáfano. El Mago del Siam debía ser un hombre-lobo y él, Denis, mordido por la alimaña, acababa de convertirse, recíprocamente, en ser humano.

Boris Vian (El lobo hombre)

sábado, 4 de agosto de 2018

Man on the moon - REM



Objetos Perdidos

El siglo veinte, que nació anunciando paz y justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que él había encontrado.

El siglo veintiuno, que también nació anunciando paz y justicia, está siguiendo los pasos del siglo anterior.

Allá en mi infancia, yo estaba convencido de que a la luna iba a parar todo lo que en la tierra se perdía. Sin embargo, los astronautas no han encontrado sueños peligrosos, ni promesas traicionadas, ni esperanzas rotas.

Si no están en la luna, ¿Dónde están? ¿Será que en la tierra no se perdieron? ¿Será que en la tierra se escondieron?
                          

                                   “Espejos:Una historia casi universal” (Eduardo Galeano)