El origen del mundo
Hacía pocos años que había terminado la Guerra Española, y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda, con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba.
Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me contó esta historia. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio, me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna, pero el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones. Pero, papá - le preguntó Josep, llorando -, pero, papá, si Dios no existe, ¿ quién hizo el mundo?. Y el obrero, cabizbajo, casi en secreto, dijo: ¡Tonto, tonto! ¡Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles!
Hacía pocos años que había terminado la Guerra Española, y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda, con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba.
© Pawel Kuczynski |
En Ciudad de México, el viernes 9 de noviembre de 2012
Eduardo Galeano
"Quisiera que alguien se atreviera a comparar con esa justicia, la de otros países donde moriría uno antes de hallar el menor vestigio de justicia y de equidad.
Eduardo Galeano
"Quisiera que alguien se atreviera a comparar con esa justicia, la de otros países donde moriría uno antes de hallar el menor vestigio de justicia y de equidad.
Porque ¿ qué clase de justicia es aquella que permite que cualquier aristócrata, banquero, financiero u otro de esos que no hacen nada, o nada que tenga gran valor para el bien público, lleve una vida holgada y suculenta, en el ocio o en ocupaciones superfluas, al paso que el obrero, el carretero, el bracero y el labriego han de trabajar tan dura y asiduamente como bestias de carga (a pesar de que su labor sea tan útil que sin ella ningún estado duraría ni un año), soportando una vida tan mísera que parece mejor la de los burros, cuyo trabajo no es tan incesante y cuya comida no es mucho peor, aunque el animal la encuentre más grata y no tema el porvenir?
Más a los obreros aguijonéalos la necesidad de un trabajo infructuoso y estéril y los mata la premonición de una vejez indigente, puesto que el jornal cotidiano es tan escaso que no basta para el día, imposibilitando que puedan aumentar su fortuna guardando algo cada día para asegurar su vejez.
¿No es ingrato e inicuo el estado que a los nobles (así los llaman), a los banqueros y demás gente holgazana o aduladora, les prodiga tantos placeres frívolos y sofisticados y tantas riquezas, al paso que mira impasible a los campesinos, carboneros, peones, carreteros y obreros, sin los cuales no existiría ningún estado?
Tras abusar de su trabajo mientras están en sus mejores años, el estado (cuando más tarde están abrumados por los años o por una enfermedad que los priva de todo), olvidándose de tantos desvelos, de tantos servicios prestados por ellos, los recompensa, en el colmo de la ingratitud, con la muerte más miserable. "
Fragmento de "Utopía" (Tomás Moro)
A todos los obreros del tiempo y del mundo, ¡gracias!
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