Soledad
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita.
Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy
amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de
vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido
mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y
si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos
pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo
sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara
durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.
Pedro de Miguel (Vitoria, 1956-Pamplona, 2007)
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