Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender.
Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación.
Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo, bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar.
Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como Hágase la luz, pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica.
Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas.
Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho: pero no sabía que el barro podía ser luminoso.
Eduardo Galeano (Libro de los Abrazos)
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