Salir a la calle por la mañana temprano y sentir el viento en la cara, que suene el teléfono y al descolgar oir tu voz, buscar con el pie el rincón de la cama donde las sábanas aún permanecen frías, poner la radio y que suene esa canción que me recuerda cómo te conocí, que al llegar a la parada del autobús este esté llegando, encontrar un billete de cinco euros en esa chaqueta que no te pones desde el invierno pasado, el sonido del sms que estás esperando, el buenos días del extraño con el que te cruzas cada mañana y del que ni siquiera sabes su nombre, el aroma de la ropa limpia que te recuerda a tu madre y su mirada el día en que te subiste al autobús para viajar solo por primera vez, salir de un garito en el que llevas varias horas y darte cuenta de que ya es de día, el olor de un bebé, que pilles todos los semáforos en verde y al llegar veas la luz de marcha atrás del que se va y te deja su sitio, despertar e intentar dormir de nuevo para reanudar el sueño tan agradable que tenías... y conseguirlo, abrir la ventana y descubrir que huele a tierra mojada, al emparejar calcetines que no te sobre ninguno, que al doblar la esquina te vea caminando hacia mí, que tus amigos pidan la penúltima sin avisar y la encuentres en la barra al volver del cuarto de baño, reirte cuando estás solo recordando la última ocurrencia de tu hija pequeña, lo que séntiste cuando te agarró el dedo por primera vez, la sensación que se siente al terminar los exámenes y piensas en el verano que tienes por delante, esa frase que le dices a tus hijas mientras sonries recordando a tu padre cuando te la decía a tí, una canción que te brinda la maravillosa sensación de ponerte melancólico, tener noticias de un amigo después de mucho tiempo, descalzarte y caminar sobre el césped recien regado, el olor del pan recien hecho, sentarte en la playa y ver cómo se esconde el sol en el horizonte, encontrar entre las hojas de un libro esa foto que te recuerda aquel maravilloso viaje juntos, el olor a tabaco que te transporta a tus días de niño sentado en la puerta de la calle junto a tu abuelo, el olor del azahar que te recuerda el patio con tu abuela cosiendo bajo el naranjo, el sabor de tus besos y el color de tus ojos,...
Estas pequeñas cosas, y millones más como estas, son las que de verdad nos hacen felices y son las que no solemos valorar hasta que nos faltan. No debemos renunciar a los grandes sueños ni dejar de perseguir la utopía, pero sobre todo no debemos dejar de disfrutar esos momentos, esas pequeñas cosas que hacen que vivir valga la pena.
¡Salud y que disfrutéis de las pequeñas cosas!
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