jueves, 24 de diciembre de 2020

Oh come all ye faithful -Twisted Sister




Curioso cuento de Navidad (basado en una historia real)

Joan Bescará había enviudado hacía ya unos cuantos años y vivía en compañía de su único hijo. Era una persona austera que después de trabajar toda la vida, en una pequeña finca heredada de sus padres, consiguió amasar una considerable fortuna en tierras, valores y otras posesiones destinadas a su hijo Joanet, para que siendo como él, trabajador y competente, la aumentara aún más.

Pero Joan no había previsto, y quién lo hubiera hecho, que un par de años después un militar fascista organizara un golpe de estado contra la república legalmente instituida que abocó a la población a una guerra civil cruenta e injusta a la que Joanet, su hijo se presentó para combatir en el ejército republicano.
Mayor y enfermo como estaba, la incorporación a filas de su único hijo le sumió en una depresión que iba minando aún más su frágil salud. Entonces decidió hacer testamento para legar todos sus bienes a su hijo y evitar problemas futuros. Alguien le comentó que si Joanet no podía hacerse cargo de la herencia, por cualquier motivo, toda ella iría a parar al Estado, un Estado que estaba pendiente de definir en la vorágine de la contienda pero que cada vez más, parecía que iba a ser fascista.

No era hombre religioso, aunque tampoco se manifestaba en contra de nada. Sólo se había dedicado a trabajar y no le preocupaba en absoluto el futuro después de la muerte, sino la vida anterior a ella. Algo sí tenía claro no obstante, que el párroco de la iglesia del pueblo no era de fiar; de derechas a ultranza y de pensamientos radicalmente conservadores y contrarios a los suyos, siempre habían tenido una inexistente mala relación. Por ello, saltándose su autoridad, después de consultar con el notario, decidió añadir a su testamento una cláusula mediante la cual si a su muerte, su hijo no podía hacerse cargo de la herencia en el periodo legal señalado, ésta pasaría a manos de la iglesia.

Un año después, sin haber vuelto a ver a su hijo, Joan Bescará falleció. Todos los bienes quedaron en espera legal, aunque las tierras, la masía, los animales y la explotación global, con el fin de no sufrir deterioro, fueron asignados temporalmente a la iglesia que nombró administrador de los mismos, por proximidad y conocimiento del terreno, al párroco del pueblo.

La guerra acabó. El golpista la ganó y empezaron las represalias contra los que habían participado en el bando contrario. Los republicanos huían, se exiliaban o se escondían de toda relación. En este contexto el párroco, beneficiado por sus acciones afectas al régimen ganador, se permitió ordenar que como administrador y dado por desaparecido el heredero, todos sus bienes le fueran adjudicados. Ni siquiera en el obispado se atrevieron a contradecir su postura para no ser tachados de desafectos.

El tiempo siguió pasando. Cinco años más tarde, con las primeras nieves del mes de Diciembre, Joanet Bescará se presentó en el pueblo. Sin delitos de sangre probados, después de un doloroso periplo por campos de concentración y cárceles, fue indultado y aunque con la etiqueta de rojo, se le permitió la libertad. Se presentó al párroco en reclamación de los bienes que legalmente le pertenecían ofreciendo que sólo le devolvieran las tierras y la masía para poder trabajar en ella y seguir los pasos de su padre. A todo el resto de la abundante fortuna, renunciaba. No fue aceptado. Con sorna, el párroco le negó todas sus solicitudes y para agrandar aún más su venganza, le ofreció trabajo como peón en las mismas tierras que reclamaba, para que trabajara para él. Aceptó. ¿Qué otra opción tenía?

Como era tradicional cada año a las 12 de la noche del día 24, se oficiaba la misa del gallo que siempre había tenido asistencia, pero que en esos tiempos el párroco la declaró obligatoria y a la que nadie faltaba en evitación de males peores. Por eso a ella también se presentó Joanet, el cual no había vuelto a manifestar ninguna opinión desde la entrevista con el párroco. En el momento de la eucaristía el mosén, bajando los escalones del altar, se situó junto al nacimiento que con figuras de tamaño real se mostraba con orgullo cada año en la iglesia por esas fechas. Joanet hacía cola de manera sentida, manos a la espalda y mirada baja en espera de su turno. Cuando llegó a la altura del párroco, levantó la cabeza, miró a los ojos del cura y con gesto rápido y limpio sacó la hoz que llevaba con disimulo en la faja y de un certero y único golpe rebañó la cabeza del mosén que fue a parar sangrando a la bandeja de la figura que representaba a un rey mago como si fuera una ofrenda al niño Rey. Joanet Bescará salió huyendo a grandes pasos cuando aún la gente no se había repuesto de su sorpresa y entre las sombras de la noche se perdió.

Nunca nadie supo nada más de él. De todas maneras si se pasan alguna Navidad por el pueblo, podrán comprobar que en el pesebre de cada año hay una figura que representa a un rey mago que ofrece una cabeza humana al niño Jesús.

José Luis Trujillo


No hay comentarios: