Durante un tiempo anduvo solo y, aunque nunca ganó ninguna mano, disfrutaba sintiéndose deseado por todos, era el rey de la baraja.
Algún tiempo después, conoció a otro como él, formaron pareja y, a la luz de un farol pasaban el tiempo, incluso alguna vez vencieron una mano.
Comenzaron a salir con otras parejas, no siempre de la misma condición que ellos, ganaban cada vez más y se fueron acostumbrando al aroma del triunfo.
La rutina hizo que, unas veces ellos y otras veces las parejas amigas, buscaran compañía para hacer un trio y en grupo comenzaran a vivir a full, la vida en pareja o en solitario ya no les llenaba y se acostumbraron al dinero y al éxito, les aterraba la soledad.
Empezaron a ser más selectivos a la hora de elegir sus compañías, frecuentaban los lugares donde se reunían las figuras y dejaron de acudir a los garitos donde alternaban los cuatros y los doses y la gente de esa calaña.
Cegados por el brillo del éxito, sólo se dignaban acercarse a la plebe, para formar un color o coronar una escalera (la escalera real siempre fué su sueño y la veían como el verdadero objetivo de su vida), aunque se dieron cuenta que si formaban pareja con los de su misma condición las ganancias aumentaban y empezaron a suspirar por un joker que completara su repóquer.
La fama y el triunfo son como una droga y, metido en esa espiral, decidió dejarlo todo y se enroló en una manga, donde escondido pasaba la mayor parte del tiempo. Cuando salía y hacía su aparición estelar, las ganancias eran exorbitantes pero, por contra, estaba todo el día metido en peleas y broncas que, poco a poco, le agriaron el carácter y comenzó a pensar si merecía la pena vivir en un mundo donde cada vez se sentía más extraño.
Cada vez más frecuentemente se sorprendía pensando en su antigua baraja, en su gente, en aquel mundo donde estaban sus amigos y jugaba para pasar el rato, donde casi nunca ganaba una mano pero siempre era feliz.
Un buen día decidió regresar, abandonó su sueño de coronar una escalera real y se conformó con jugar de vez en cuando a la carta más alta, compartir tiempo y risas con sus amigos, disfrutar del momento sin tenerlo todo controlado, donde el azar juegue también su papel, en definitiva, decidió dedicarse a vivir.
Comprendió que aunque era un as de picas, por encima de todo, era un naipe y, con otros naipes, formaba una baraja, su baraja; sin otros naipes no era nada.
Comandante Ternura
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