DULCE ET DECORUM EST
renqueando, tosiendo como brujas, maldecíamos a través del lodo,
hasta que donde alumbraban las luces de las bengalas nos dimos la vuelta
y hacia nuestra lejana posición empezamos a caminar afanosamente.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos habían perdido sus botas
pero abrumados avanzaban sobre zapatos de sangre. Todos cojos, todos ciegos;
borrachos de fatiga, sordos incluso al silbido de las balas
que los cansados cañones de calibre 5.9 disparaban detrás de nosotros.
“¡Gas, gas! ¡Rápido, muchachos!”; un éxtasis de desconcierto,
poniéndonos los toscos cascos justo a tiempo;
pero alguien aún estaba gritando y tropezando
y ardía retorciéndose, como ahogándose en cal viva…
Borroso, a través de los empañados cristales de la máscara y de la tenue luz verde,
como en un mar verde le vi ahogarse.
En todas mis pesadillas, ante mi impotente mirada,
se desploma boqueando, agonizando, asfixiándose.
Si en algún sofocante sueño tú también puedes caminar
tras la carreta en la que lo pusimos,
y mirar sus blancos ojos moviéndose
en su desmayada cara, como un endemoniado.
Si pudieses escuchar a cada traqueteo
el gorgoteo de la sangre saliendo de sus destrozados pulmones,
repugnante como el cáncer, nauseabundo como el vómito
de horrorosas, incurables llagas en lenguas inocentes,
amigo mío, no volverías a decir con ese alto idealismo
a los ardientes jóvenes sedientos de gloria
la vieja mentira: “Dulce et decorum est pro patria mori”.
Wilfred Owen (Poeta y soldado,1893-1918)
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