"Amor: ha llegado el momento de enviarte un adiós que sabe a campo
santo (a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos). Quisiera
hacerlo con esas cifras que no llegan al margen y suelen llamarse
poesía, pero fracasé; tengo tantas cosas íntimas para tu oído que ya la palabra se hace carcelero […]
Así te quiero, con recuerdo de café amargo en cada mañana sin nombre y
con el sabor a carne limpia del hoyuelo de tu rodilla, un tabaco de
ceniza equilibrista, y un refunfuño incoherente defendiendo la impoluta
almohada […]
Así te quiero; mirando los niños como una escalera
sin historia (allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares), con
una punzada de honda en los costados, un quehacer apostrofando al ocio
[…]
Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no
te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y déjame
vivirte para siempre en el perenne instante."
Carta escrita por Ernesto Guevara de la Serna, desde Praga, a su esposa Aleida March
Pensamos que los que firman grandes frases, protagonizan grandes páginas de la historia de la humanidad o adornan con sus rostros vallas y camisetas, convertidos en iconos mundiales, están inmunizados contra los avatares de esta vida y, afortunadamente, no es así. Debajo, o si se prefiere, por encima de todo mito, lo que queda es el hombre, con sus fortalezas y sus debilidades, sus sentimientos y sus miedos. Es lo que los hace más humanos y, a la vez y precisamente por eso, más grandes.
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