aún es de noche. Subimos a este tren algunos hombres por motivos diversos. No hay aún luz en los vagones, sólo oscuridad y aliento. No nos vemos los rostros pero sentimos la compañía y el silencio. En el andén estalla la campana. Nos sobresalta la crueldad de un silbido. El tren arranca. Todo vuelve a su antiguo sentido. Nos dan la luz amarillenta y floja. Salimos de la oscuridad como del sueño: torpemente vivos. Y ahora empezaremos a mirarnos como hombres distintos: amaríamos a éste, pero a aquél nunca le amaríamos. Sin embargo, la luz debiera ser quien nos hiciese amigos. Éste es un tren de campesinos viejos y de mineros jóvenes. Se ve algo que une más que la sangre y la amistad. Es una cosa del cuerpo y del alma. Es grande y dolorosa. Pero se está haciendo de día. Ahora ya se puede ver la tierraoscura bajo el hielo. Es hermosa la tierra en febrero. Vemos los montes todavía en sombra, los robles, del mismo color del monte, la yerba vieja sepultada en escarcha y, sobre lomas, las tierras de trabajo: cada surco endurecido por el río como la resistencia de los pobres. Rectos y oscuros, los chopos llenan de serenidad las riberas y, cerca de ellos, bajo el pueblo, el río desciende azul y lleno de soledad. Cruzan los pueblos de sonido humilde —Pardavé, Pedrún, Matueca—; las casas montan las paredes tristes sobre el espacio de las huertas; vemos las calles en silencio, vemos la iglesia muda y las cerradas puertas. Esto es un pueblo; se construye a base de paciencia y tierra. Cuando bajo del tren, siento frío en medio de tanta verdad, y ya entiendo, sin pensar, muchas cosas. Comprendo, por ejemplo, la belleza de España. España es también una tierra, pero una tierra sólo no es un país; un país es la tierra y sus hombres. Y un país sólo no es una patria; una patria es, amigos, un país con justicia. ANTONIO GAMONEDA (Oviedo, 1931) |
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Una lágrima en el suelo - Barricada
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