Una tarde placentera, al poco tiempo de haber vuelto las ovejas, los animales ya habían terminado de trabajar y regresaban hacia los edificios de la granja, se oyó desde el patio el relincho aterrorizado de un caballo. Alarmados, los animales se detuvieron bruscamente. Era la voz de Clover. Relinchó de nuevo y todos se lanzaron al galope entrando precipitadamente en el patio. Entonces observaron lo que Clover había visto.
Era un cerdo caminando sobre sus patas traseras.
Sí, era Squealer. Un poco torpemente, como si no estuviera del todo
acostumbrado a sostener su gran volumen en esa posición, pero con
perfecto equilibrio, estaba paseándose por el patio. Y un rato después,
por la puerta de la casa apareció una larga fila de cerdos, todos
caminando sobre sus patas traseras. Algunos lo hacían mejor que otros,
si bien uno o dos andaban un poco inseguros, dando la impresión de que
les hubiera gustado el apoyo de un bastón, pero todos ellos dieron con
éxito una vuelta completa por el patio. Finalmente, se oyó un tremendo
ladrido de los perros y un agudo cacareo del gallo negro, y apareció
Napoleón en persona, erguido majestuosamente, lanzando miradas
arrogantes hacia uno y otro lado y con los perros brincando alrededor. Llevaba un látigo en la mano.
Se produjo un silencio de muerte. Asombrados, aterrorizados, acurrucados
unos contra otros, los animales observaban la larga fila de cerdos
marchando lentamente alrededor del patio. Era como si el mundo se
hubiese vuelto patas arriba. Llegó un momento en que pasó la primera
impresión y, a pesar de todo, a pesar de su terror a los perros y de la
costumbre adquirida durante muchos años, de nunca quejarse, nunca
criticar, podían haber emitido alguna palabra de protesta. Pero justo en
ese instante, como obedeciendo a una señal, todas las ovejas estallaron
en un tremendo balido: "¡Cuatro patas sí, dos patas mejor!. ¡Cuatro
patas sí, dos patas mejor!. ¡Cuatro patas sí, dos patas mejor!"
Esto continuó durante cinco minutos sin parar. Y cuando las ovejas
callaron, la oportunidad para protestar había pasado, pues los cerdos
entraron nuevamente en la casa.
Benjamín sintió que un hocico le rozaba el hombro. Se volvió. Era Clover. Sus viejos ojos parecían más apagados que nunca. Sin decir nada, le tiró suavemente de la crin y lo llevó hasta el extremo del granero principal, donde estaban inscritos los Siete Mandamientos. Durante un minuto o dos estuvieron mirando la pared alquitranada con sus blancas letras.
Benjamín sintió que un hocico le rozaba el hombro. Se volvió. Era Clover. Sus viejos ojos parecían más apagados que nunca. Sin decir nada, le tiró suavemente de la crin y lo llevó hasta el extremo del granero principal, donde estaban inscritos los Siete Mandamientos. Durante un minuto o dos estuvieron mirando la pared alquitranada con sus blancas letras.
- La vista me está fallando, dijo ella finalmente. Ni aun cuando era
joven podía leer lo que estaba ahí escrito. Pero me parece que esa pared
está cambiada. ¿Están igual que antes los Siete Mandamientos, Benjamín?
Allí no había nada, excepto un solo Mandamiento. Este decía:
«TODOS LOS ANIMALES SON IGUALES,PERO ALGUNOS SON MÁS IGUALES QUE OTROS»
Fragmento de Rebelión en la granja ( George Orwell)
Fragmento de Rebelión en la granja ( George Orwell)
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