"Ya
nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y
fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos
inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por
encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le
queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para
celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una
caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil
años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño
era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo
creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca,
pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a
voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería
interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su
alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a
decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social."
...
...
"Todo
aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación
comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una
devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa
Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noél de los
franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el
trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una
fantástica tempestad de nieve"
...
"Todo
eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal
en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos
que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la
esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la
sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario.
Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad
providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por
indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima
Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que
nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por
lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos
regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz
de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior:
la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es
raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro
tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer
de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos"
Extracto de "Estas Navidades siniestras" de Gabriel García Márquez
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