Es una maravilla poner la radio
a poco volumen
a las 4.30 de la madrugada
en un edificio de apartamentos
y oír a Haydn
mientras a través de la persiana
no se ve más que la noche cerrada
hermosa y tranquila
como una flor.
Y con eso
algo de beber,
claro,
un pitillo,
la estufa encendida,
y Haydn sonando.
Quizá sólo 35 personas
en una ciudad de millones escuchan
igual que tú escuchas ahora,
mirando las paredes,
fumando en silencio,
sin odiar nada,
sin ansiar nada,
existiendo como el mercurio.
Escuchas la música de un muerto
a las 4.30 de la madrugada,
sólo que no estás muerto de veras
mientras el humo del cigarrillo asciende ensortijado,
no estás muerto de veras,
y todo es mágico,
esta delicia de sonido
en Los Ángeles,
aunque de pronto una sirena asalta el aire.
Algún lío, asesinato, robo, muerte…
Pero Haydn continúa
y tú escuchas,
una de las mejores madrugadas de tu vida,
como algunas cuando eras joven,
con una estúpida fiambrera
y ojos de sueño, en el primer autobús hacia los apartaderos,
para limpiar las ventanas y los costados de los trenes
con un cepillo y cera abrillantadora,
pero consciente
en todo momento
de que pondrías toda la carne en el asador.
Y ahora que ya la has puesto,
aún vivo,
pobre pero fuerte,
conoces a Haydn a las 4.30 de la madrugada
del único modo que se le puede conocer,
con las persianas echadas
y la noche cerrada
el cigarrillo,
y en las manos este bolígrafo,
escribiendo en una libreta
(a estas horas mi máquina de escribir
aullaría como un oso violado)
y
ahora,
de algún modo
bien encaminado,
tranquilo y al abrigo,
por fin,
mientras Haydn termina,
y entonces una voz me dice
dónde encontrar huevos con beicon,
zumo de naranja, tostadas, café,
esta misma mañana
por un precio adecuado.
y me cae bien este tipo
por decírmelo.
Después de Haydn
siento deseos de vestirme
y salir en busca de la camarera
comer huevos con beicon
y llevarme la taza de café a los labios,
pero me distraigo:
la voz me dice que Bach
viene a continuación. Concierto de Brandeburgo número 2,
en fa mayor.
así que voy a la cocina por
otra lata de cerveza.
Ojalá esta noche nunca amanezca
como, al cabo, alguna no amanecerá,
aunque supongo que hoy llegará la mañana,
con sus malos modales:
los coches embotellados en las autovías,
rostros asquerosos como excrementos flotando en el retrete,
vidas atrapadas, amor menos que hermoso,
y salgo
bien encaminado
con una lata fría de cerveza en la mano
mientras Bach comienza
y
esta buena noche
sigue por todas partes.
Charles Bukowski (Alemania, 1920 - EEUU, 1994)
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