Malditos domingos
Ahora que hemos venido a entender
que los domingos
no son otra cosa que la nostalgia de los sábados.
Mañanas de luz festiva y tardes grises,
donde dos manos se aprietan sin fuerza en unos cines.
Tienen la tristeza de la mirada del culpable los domingos por la tarde.
Se parecen demasiado a las renuncias,
a palabras que se pronuncian con poco que decir,
sin energía que las lleve.
Poseen un cuarto propio en la cabeza del poeta,
los aprovecha y los odia,
como su desasosiego
paralizante e inspirador.
Quizás el domingo un paseo por el centro.
Quizás un buen libro en el Retiro o la promesa de una semana mejor.
Pero toda vuelta a casa,
vuelve a convertirlo en un epílogo
en un tétrico desfile de fantasmas.
No hay manera.
Hay que aceptarlo.
Es imposible salvar los domingos de la literatura.
Ahora que hemos venido a entender
que los domingos
no son otra cosa que la nostalgia de los sábados.
Mañanas de luz festiva y tardes grises,
donde dos manos se aprietan sin fuerza en unos cines.
Tienen la tristeza de la mirada del culpable los domingos por la tarde.
Se parecen demasiado a las renuncias,
a palabras que se pronuncian con poco que decir,
sin energía que las lleve.
Poseen un cuarto propio en la cabeza del poeta,
los aprovecha y los odia,
como su desasosiego
paralizante e inspirador.
Quizás el domingo un paseo por el centro.
Quizás un buen libro en el Retiro o la promesa de una semana mejor.
Pero toda vuelta a casa,
vuelve a convertirlo en un epílogo
en un tétrico desfile de fantasmas.
No hay manera.
Hay que aceptarlo.
Es imposible salvar los domingos de la literatura.
Marwan
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