Tomando como
base un relato que circula por internet ,
atribuido erróneamente a Gabriel García Márquez, el escritor Gabriel Luna se
toma la licencia de reescribirlo imitando el estilo del gran Gabo. Juzgad vosotros
mismos si ha conseguido el propósito que perseguía. No obstante,
independientemente del resultado literario, la idea central del texto sí
parece digna del genio de Aracataca.
Arreglar el mundo
En el remoto Macondo hay un río de piedras como huevos, moldeadas por el agua y el tiempo. Junto al río hay una hilera improbable de carcasas multicolores que parecen animales prehistóricos, pero que son en realidad los carromatos de una caravana gitana. Y en uno de los carromatos trabaja Melquíades entre vapores, retortas, alambiques, probetas y papiros. Cerca de él, juega el niño Aureliano Buendía fascinado por los imanes y los caleidoscopios, hurgando en tubos de ensayo, cápsulas, piedras azules, revolviéndolo todo.
Melquíades se detiene, interrumpe una operación alquímica para transmutar la tristeza, y reprende al niño. Quiere persuadirlo de ir a la aldea, aunque sea de jugar en el río con las piedras redondas. No lo consigue. El niño sale un momento pero siempre vuelve, como atraído por un imán prodigioso, a la magia del carromato. Resopla el taumaturgo. La operación alquímica se retrasa, está a punto de malograrse. La tristeza fluye como un elixir por un tubo refrigerante y cae en una probeta. Entonces Melquíades recuerda algo. Busca entre los pergaminos, aparta los que tienen escrito el destino de Macondo, y elige uno que no tiene palabras. Lo despliega. Hay en el dorso la copia de un dibujo anatómico de Da Vinci y en el anverso un planisferio. Sin mostrárselo a Aureliano, le dice:
-Aquí encontrarás una figura que lo abarca todo: desde el Finisterrae hasta el Imperio del Sol pasando sobre las pirámides de Egipto, sobre las tierras fértiles de la Media Luna recorridas por tropeles de camellos, traficantes y aventureros, sobre los desiertos sembrados de caravasares turcos, sobre los espléndidos palacios de Babilonia, y sobre las montañas más altas del Himalaya donde hay ogros de nieve, sobre la gran Muralla China y los guerreros de cerámica, sobre los mares de galeones, piratas y corsarios, en la Malasia… Todo está representado aquí.
El niño quiere atisbar tanta maravilla, pero Melquíades apoya el pergamino en una mesada dejando ver sólo el dorso y esparce con cuidado una pócima sobre la hoja. El pergamino larga un humillo color ámbar, endurece como la piedra, y luego se fractura en cien partes. Melquíades enfría el preparado, recoge los pedazos en una vasija y los entrega al niño.
-Trata de componer el mundo mientras yo intento vencer la tristeza -le dice.
El alquimista vuelve a su transmutación, calcula que Aureliano se estará quieto, que tardará semanas en resolver el rompecabezas.
Una hora después, lo interrumpe la vocecita infantil.
-¡Pude arreglar el mundo, pude arreglar el mundo!
Melquíades resopla, no puede creerlo. Espera ver un trabajo torpe y defectuoso, pero el niño le presenta el planisferio terrestre completo e impecable.
-¿Cómo pudiste hacerlo tan rápido sin haber visto el plano?
-No había visto el mundo -responde el niño-, pero sí había visto el dibujo del hombre que estaba atrás. Así es que compuse primero al hombre para poder arreglar el mundo.
Algo transmuta. El elixir de tristeza se disuelve en la sonrisa del alquimista.
-Aquí encontrarás una figura que lo abarca todo: desde el Finisterrae hasta el Imperio del Sol pasando sobre las pirámides de Egipto, sobre las tierras fértiles de la Media Luna recorridas por tropeles de camellos, traficantes y aventureros, sobre los desiertos sembrados de caravasares turcos, sobre los espléndidos palacios de Babilonia, y sobre las montañas más altas del Himalaya donde hay ogros de nieve, sobre la gran Muralla China y los guerreros de cerámica, sobre los mares de galeones, piratas y corsarios, en la Malasia… Todo está representado aquí.
El niño quiere atisbar tanta maravilla, pero Melquíades apoya el pergamino en una mesada dejando ver sólo el dorso y esparce con cuidado una pócima sobre la hoja. El pergamino larga un humillo color ámbar, endurece como la piedra, y luego se fractura en cien partes. Melquíades enfría el preparado, recoge los pedazos en una vasija y los entrega al niño.
-Trata de componer el mundo mientras yo intento vencer la tristeza -le dice.
El alquimista vuelve a su transmutación, calcula que Aureliano se estará quieto, que tardará semanas en resolver el rompecabezas.
Una hora después, lo interrumpe la vocecita infantil.
-¡Pude arreglar el mundo, pude arreglar el mundo!
Melquíades resopla, no puede creerlo. Espera ver un trabajo torpe y defectuoso, pero el niño le presenta el planisferio terrestre completo e impecable.
-¿Cómo pudiste hacerlo tan rápido sin haber visto el plano?
-No había visto el mundo -responde el niño-, pero sí había visto el dibujo del hombre que estaba atrás. Así es que compuse primero al hombre para poder arreglar el mundo.
Algo transmuta. El elixir de tristeza se disuelve en la sonrisa del alquimista.
Gabriel Luna
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