El pasado lunes, 3 de Febrero, se cumplieron 55 años del fatídico accidente de avión en el que perdieron la vida Buddy Holly, Ritchie Valens y Jiles Perry Richardson Jr. (Big Bopper). Aquel funesto día de 1959, en un campo de maiz de Iowa, se truncaron las cortas y prometedoras carreras de tres pioneros del rock an roll que se encontraban de gira en aquellos días.
Se convirtieron en leyendas por su prematura muerte, y pasaron a formar parte de lo que dió en llamarse "el día que murió la música"; expresión un tanto apocalíptica y bastante grandilocuente, muy del gusto de la cultura estadounidense.
En concreto Buddy Holly fué definido por algún crítico de la época como "la fuerza creativa más influyente en el temprano rock and roll".
En concreto Buddy Holly fué definido por algún crítico de la época como "la fuerza creativa más influyente en el temprano rock and roll".
No se puede negar que supuso una gran pérdida para la música, y fué el motivo que llevó a Don McLean a componer la canción que ambienta la entrada de hoy, en el año 1971 y que se convirtió en un gran éxito a nivel mundial. Aunque en la letra no se cita explícitamente a ninguno de los tres músicos, parece aceptado por todos que la canción habla de ellos y del día en que murieron.
Tema de letra extraña y misteriosa, llena de referencias a la cultura americana, empezando por su título que se refiere a la típica tarta de manzana que tantas veces hemos visto en innumerables películas.
"Y los tres hombres que más admiro, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
tomaron el último tren a la costa el día en que la música murió"
tomaron el último tren a la costa el día en que la música murió"
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