Un tiempo de cerezas
Yo vengo de un tiempo de cerezas,
de la espiga, del viento y de la hoz,
mapa que retiene la memoria
como una fotografía en blanco y negro.
Yo vengo de un tiempo que me nombra
con espada de madera y crucifijo
en la escuela se cantaba el cara al sol
y en la calle a Molina y Joselito.
por la dulce voz, por el agudo grito,
la calle una plaza abierta
la plaza un planeta unido.
Con calles a muchas puertas
casas de abuelos y de primos.
Era el tiempo del caballo y de la yegua,
de los cerdos, las gallinas y los nidos
y el huerto con todos sus manjares, olores y sabores,
que mi padre labraba, artesano del surco,
escultor del manzano y de la higuera,
sabio en su oficio, dueño de la azada y la guadaña,
gigante humano domando la tierra.
Era el tiempo de la era y de la trilla,
campanas y cigüeñas, paraíso del pobre,
pan y espigas.
Era el tiempo del trino y el jilguero,
cantaor de coplas, ruiseñor de sueños.
Era el tiempo de la radio y de los rezos,
de las tristes procesiones para muertos,
de los muertos tan cercanos a la era,
de los lobos y bandidos por la sierra.
Era el tiempo de los juegos en pandilla,
de la comba, de la piedra,
del pinchete, de la pídola
y el verano, como un año al sol entero,
con siestas en la manta por el suelo.
Era el tiempo de la madre y sus caricias,
de su dulce voz, de sus ojos dulces,
de su tierna risa.
Del abuelo y su secreto de tristeza
que ahogaba cada noche con vino de taberna.
Era el tiempo de la pana y los remiendos
del café de estraperlo,
de la sopa de tomate y de patata,
del pecado que mata,
del miedo, del castigo y del perdón.
Era el tiempo de temer a dios.
Luis Pastor (Berzocana, 1952)
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