—Sí.
Madre sonrió.
—Sabía que lo harías. ¡Lo sabía! —miró
sus manos, entrelazadas en su regazo.
Rose of Sharon susurró:
— ¿Podéis...,
podéis saliros todos? la lluvia caía lentamente en el tejado.
Madre se inclinó hacia adelante y con la
palma de la mano retiró de la frente de su hija el pelo en desorden y la besó
en la frente. Madre se enderezó con presteza.
—Venga, vamos todos —llamó—. Vamos a
salir al cobertizo de las herramientas.
Ruthie abrió la boca para hablar.
—Calla —dijo Madre—. Calla y ve —los
hizo salir y llevó al niño consigo; cerró la puerta chirriante tras de sí.
Durante un minuto Rose of Sharon se
quedó sentada inmóvil en el granero susurrante.
Luego levantó su cuerpo y se ciñó el
edredón. Caminó despacio hacia el rincón y contempló el rostro gastado y los
ojos, abiertos y asustados. Entonces, lentamente, se acostó a su lado. Él meneó
la cabeza con lentitud a un lado y a otro. Rose of Sharon aflojó un lado de la
manta y descubrió el pecho.
—Tienes que hacerlo —dijo. Se acercó más
a él y atrajo la cabeza hacia sí—. Toma —dijo—. Así —su mano le sujetó la
cabeza por detrás. Sus dedos se movieron con delicadeza entre el pelo del
hombre. Ella levantó la vista y miró a través del granero, y sus labios se
juntaron y dibujaron una sonrisa misteriosa.
Las uvas de la ira (John Steinbeck)
No hay comentarios:
Publicar un comentario