"Alicia
empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin
tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana
estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro
sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.
Así pues, estaba pensando
(y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado
soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la
compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto
saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.
No había nada muy
extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el
conejo se decía a sí mismo:
«¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy
a llegar tarde!»"
Alicia en el Pais de las Maravillas (Lewis Carroll)
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