y deseo tu cuerpo de tal suerte que tan sólo aborrezco ya la muerte porque no me podré acostar contigo;
si tantos sueños lúbricos abrigo; si ardiente, y sin pudor, y en celo, y fuerte te quiero ver, dejándome morderte el pecho, el muslo, el sensitivo ombligo;
si quiero que conmigo, enloquecida goces tanto que estés avergonzada, no es sólo por codicia de tus prendas:
es para que conmigo, en esta vida, compartas la impureza, y que manchada, pero conmovedora, al fin me entiendas.
Tomás Segovia (Valencia, 1927, Ciudad de México, 2011)
Porque no tejo lana, y a diario estoy en peligro de ser detenido, y mi casa es siempre allanada.
Para registrar y ‘limpiar’, porque no puedo comprar un pedazo de papel, dejaré constancia de mis sufrimientos y de todos mis secretos en un olivo en el patio de mi casa.
Deberé tallar mi historia y los capítulos de mi tragedia, deberé tallar mis suspiros en mi arboleda y en las tumbas de mis muertos; deberé tallar toda la amargura que he probado, para que sea borrada por algo de la felicidad por venir deberé tallar el número de cada título de propiedad de nuestra tierra usurpada
La ubicación en el mapa de mi aldea. Las casas que hicieron derribar, mis árboles arrancados Y cada flor que fue aplastada. Y los nombres de cada uno de los torturadores que quebraron los nervios y causaron mi miseria. Los nombres de todas las prisiones, y cada tipo de esposas que se cerraron alrededor de mis muñecas, los archivos de mis carceleros, cada maldición derramada sobre mi cabeza.
Deberé tallar al suelo ensangrentado de deir yassin y kafr qasim, arraigado en mi memoria.
Deberé tallar: hemos llegado a la cima de nuestra tragedia. Nos ha absorbido y nosotros la hemos absorbido. Deberé tallar todo lo que me diga el sol, y lo que me susurra la luna, y lo que me cuenta la alondra cerca del pozo abandonado por los amantes.
Y para recordarlo todo, deberé tallar todos los capítulos de mi tragedia, todas las etapas del desastre, de principio a fin, en el olivo en el patio de mi casa.
Cuando cesan los sueños, cuando sus luces huyen de los ojos como pájaros sin rumbo; cuando regresa el agua al mar llevándose los rostros y los besos; cuando un viento incesante borra el nombre escrito en los abrazos que vivimos;
cuando cesan los sueños, cuando llegan los días del insomnio y una lluvia de pétalos marchitos se incendia en la nostalgia,
sólo queda el aroma del recuerdo fijado en esta rosa que te dejo.
No me gusta la playa pero a mi esposo le gusta dorarse al sol,
leer libros y contemplar el mar. Yo, mientras tanto, procuro dormir, leer algún poemario y evitar el sol a toda costa. No me gusta la playa, así como no sé nadar, ni bucear
ni he visto las películas de “Tiburón” en el cine. No me gusta la playa porque prefiero el monte, las cabras,
el senderismo y la belleza de un riachuelo. No me gusta la playa, pero me gustas tú, amor, Me gusta verte mientras te pones crema hidratante,
cuando corres por la arena o te das un breve
chapuzón en el agua. No me gusta la playa, pero qué se le va a hacer
si eso ahora mismo es lo de menos,
si nuestro amor se está encogiendo por el silencio
o expandiéndose por los gritos
y yo no sé qué hacer para calmar esta marea. No me gusta la playa así como no sé leer los mapas, Y te me estás resquebrajando, amor, te me estás rompiendo dentro y no hay pegamento que pueda unir estas dos mitades tan corruptas
y que antes eran indestructibles No me gusta la playa pero sigo creyendo en la teoría de Aristófanes
y siento que nos pertenecemos indefectiblemente y creo en el mito de que una vez nos separaron cuando
desde siempre debíamos estar juntos. No me gusta la playa, amor y no sé si algún día podré disfrutarla, pero no dejes de mirar conmigo al horizonte no dejes de sembrarte en el centro de mi tierra, que quizás algún día, aunque no sepa nadar termine por gustarme la playa.
Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje al cuerpo que designa en brazos de los siglos, donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en mi pecho su ala, sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, sometiendo a otra vida su vida, sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres, cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, disuelto en niebla, ausencia, ausencia leve como carne de niño.
«Puedes pasarte la vida haciendo planes, si eso te entretiene. Puedes pensar lo que vas a ser de mayor, decidir tu futuro dentro de veinte años, soñar con lo que harás cuando te jubiles y tengas todo el tiempo para ti. Puedes planificarlo todo, si te gustan los planes, pero no olvides lo que dijo John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes»
«Nunca seremos iguales, ni falta que hace. No hay nada más aburrido que la igualdad. Lo que hace falta es que nos respetemos y respetemos nuestras diferencias. Que nos sintamos solidarios y unidos. Que nadie explote a nadie. Que nadie desprecie a nadie, lo avasalle o lo humille. Que nadie se crea superior. Que no seamos iguales no quiere decir que seamos mejores ni peores, sólo diferentes»
«Siempre hay cosas por las que merece la pena vivir. Te lo digo yo que no soy sospechoso de optimismo. Aunque a veces no lo parezca, siempre hay alguien esperándonos. Dale tiempo al tiempo, y si va muy despacio, adelántate a él, y corre si hace falta; pero no te rindas»
«Perdemos la juventud el día que dejamos de soñar con el paraíso en la tierra; el día que empezamos a llamar, con desprecio, utópicos a los que siguen soñando; el día que se nos despierta el sentido práctico y entramos en el juego y aceptamos las reglas»
«Soy el loco de la colina. Mi territorio es la noche. Mi compañía eres tú. Mi sueño un mundo limpio, sin basura, donde el ser humano sea la medida de todas las cosas. Amo todo lo que nos ayuda a crecer. Odio el odio y todo lo que nos empequeñece y nos denigra. Me gusta hablar, pero desprecio la palabrería»
Jesús Rodríguez Quintero "El loco de la colina" (Huelva, 1940-Cádiz, 2022)