Mira, no pido mucho, solamente tu mano, tenerla como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas para entrar a tu mundo, ese trocito de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas. Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo, el durazno sedoso de la palma y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo, como si de ello dependiera muchísimo del mundo, la sucesión de las cuatro estaciones, el canto de los gallos, el amor de los hombres.
«Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí solo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Y tú en verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillos se tratase. Muchas personas has derramado allí su sangre y tú, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No!. Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.»
Haruki Murakami (Kafka en la orilla)
«Sólo en las circunstancias más aciagas de la vida sale a relucir sin disimulo el carácter de una persona. Sólo en tiempos de sufrimiento y privaciones se demuestra qué nos pertenece realmente, qué nos sigue siendo fiel y no puede sernos arrebatado»