en esta cárcel metido tratado como un bandido que no quiero ser, ni soy
¿Por qué me condena hoy la sociedad corrompida? Si delito ha cometido
el que no gozó jamás el que goza más y más tendrá culpas más atroces que son delitos los goces mientras lloran los demás
Paso la noche y el día soñando siempre con verte y si aborrezco la vida, me causa pavor la muerte
Morir, ¿debería de morir? No, jamás Más si no puedo vivir como viven los demás aumentaré en uno más la lista de los que gimen
Y sepan los que me oprimen que solo mi vida arrastro por escupirles en el rostro las miserias de sus crímenes
Este poema, erróneamente atribuido a Miguel Medina, abre, en la voz de su hija María, el cuarto disco del grupo musical valenciano La Raíz. Inspirado en una historia real que ocurrió en una cárcel alicantina poco después de terminada la guerra civil española. Un grupo de mujeres pasaban de contrabando capazos que contenían tabaco, alimentos y recuerdos. A menudo contenían poemas de contrabando que hablaban de la situación que atravesaban en esa cárcel.
Uno de esos presos era el gran poeta Miguel Hernández que escribió en esa cárcel casi todo su libro póstumo Cancionero y romancero de ausencias.
El poema que retumba en la entrada como la voz de todos esos presos que lucharon por la libertad, es uno de esos que circulaban en esos capazos de contrabando, por tanto es de suponer que su autor era uno de esos presos republicanos que ,aunque no se sabe su nombre, ha conseguido que sus versos, como su lucha por la libertad, sea inmortal.
Todas las madres del mundo, ocultan el vientre, tiemblan, y quisieran retirarse, a virginidades ciegas, el origen solitario y el pasado sin herencia. Pálida, sobrecogida la fecundidad se queda. El mar tiene sed y tiene sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio y el amor cierra las puertas. Voces como lanzas vibran, voces como bayonetas. Bocas como puños vienen, puños como cascos llegan. Pechos como muros roncos, piernas como patas recias. El corazón se revuelve, se atorbellina, revienta. Arroja contra los ojos súbitas espumas negras.
La sangre enarbola el cuerpo, precipita la cabeza y busca un hueco, una herida por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo enjaulada, insatisfecha. Las flores se desvanecen devoradas por la hierba. Ansias de matar invaden el fondo de la azucena. Acoplarse con metales todos los cuerpos anhelan: desposarse, poseerse de una terrible manera.
Desaparecer: el ansia general, creciente, reina. Un fantasma de estandartes, una bandera quimérica, un mito de patrias: una grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas, duras como botas, huellan la faz de las esperanzas y de las entrañas tiernas. Crepita el alma, la ira. El llanto relampaguea. ¿Para qué quiero la luz si tropiezo con tinieblas?
Pasiones como clarines, coplas, trompas que aconsejan devorarse ser a ser, destruirse, piedra a piedra. Relinchos. Retumbos. Truenos. Salivazos. Besos. Ruedas. Espuelas. Espadas locas abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo de algodón, blanco de vendas, cárdeno de cirugía, mutilado de tristeza. El silencio. Y el laurel en un rincón de osamentas. Y un tambor enamorado, como un vientre tenso, suena detrás del innumerable muerto que jamás se aleja.
febril, precipitándote hacia el lado vacío de tu lecho, tanteándolo con manos que se obstinan vanamente contra implacable ausencia.
Si no sentiste entonces la muerte desgarrándote en vida y agrandando el vacío entre tus venas inflamado, el vano apartamiento de tus muslos, el ansia de tu sexo.
Si no rompió tu voz ese gemido que acuchilla la turbia madrugada... es que en tu corazón no ardía la hoguera que llamamos amor.
En ella me consumo y es mi grito tu nombre: a ti me abro en carne viva. Mi piel muere en espera de la tuya, mi sexo late con ansiosa boca de pez en la agonía.
Y al no llegar tus labios con tu bálsamo ni el fuego sosegante de tu lengua mi mano se fatiga inútilmente en estéril caricia...
Porque tan sólo tú tienes las alas para el vuelo que mata y da la vida.
José Luis Sampedro (Fragmento de "La vieja sirena")
con los ojos que miran las montañas. Yo era una montaña con almendros montaña solitaria. Y viniste alegre con tu canto y me besaste toda con tu agua. Me dejaste inquietud para la noche y el alma enamorada. Aún te veo, río de mi vida, en la curva lejana, te vas cantando más entre los chopos, te vas cantando más que en tu llegada. Y yo, paralítica montaña; inmóvil te recuerdo, enferma de volcanes, alocada, espero tu regreso, río loco, que pasaste besando mi cuerpo de montaña. Tuviste que seguir tu destino de río, y yo el mío triste de tierra amontonada. Me dice el viento que vas al mar, Te sigo río mío, con los ojos, Te sigo río mío con los ojos, ya que no puedo seguirte con las plantas. Soñé... te quedarías a mi lado, como un lago sin cisnes, para siempre, acunando mi ansia. Qué locura más loca enamorarse de un río una montaña!
muero de ganas de decirte "Te quiero". Y sé que es imposible, no puedo, no debo... Maldigo el paraíso que cuando se presenta. No dura lo que una estrella fugaz. Al fin te tuve entre mis brazos, Aquí está y se va... Y sé que no podré volver a verte jamás. Lavaste mi pié contra tu pecho de luna. Con puntas de tu mojado pelo de espuma... Revivo aquel milagro de la marea blanca. Que era tu cuerpo derramando luz. Aún palpita en el recuerdo, Eras tú, eres tú... Y sé que no podré volver a verte jamás. No hacías preguntas, no querías respuestas. Tu cuerpo y el mío dialogaban a tientas. Buscando el ritmo exacto que marcan los latidos Cuando conversan con la misma voz. Al fin tocaba la Belleza, era amor, es amor... Y sé que no podré volver a verte jamás.
Luis Eduardo Aute (Manila, 1943 - Madrid, 2020)
Ayer se cumplieron cuatro años desde que, al alba, entre amigos, de forma slowly, el gran Luis Eduardo Aute nos dejó sin su latido. Probablemente, a eso de las cuatro y diez dará un paseo por Albanta, mientras, de alguna manera, sentimos que lo estamos perdiendo, lanzaremos unas rosas en el mar y, de paso, pensaremos mira que eres canalla, nos dejaste huérfanos de tu voz, sin embargo, siempre nos quedará la música, la belleza de tu música.
Para cerrar el mes de marzo, suena un tema de Los Enemigos, incluido en el que posiblemente sea uno de sus mejores trabajos, "La vida mata" publicado en 1990.
El líder de la banda, Josele Santiago, ha afirmado en alguna ocasión que se inspiró en una noticia que leyó en el periódico acerca del suicidio de un chaval gallego incapaz de soportar la presión del suspenso y de tener que acudir a los temidos exámenes de septiembre. Cuenta, además, que lo que más le impresionó fue una frase que se podía leer en su carta de despedida, "Id a por el pan que yo no voy a ir".
Corría la década de los 80 y en España, el gobierno de Felipe González, se disponía a meter la mano en el sistema educativo, con una reforma que propició una gran respuesta social. Multitudinarias manifestaciones y una huelga general que taparon la muerte de este chaval gallego, y de otros muchos en similares circunstancias, y que apenas ocuparon unas lineas en los periódicos locales.
Muertos por iniciativa propia pero empujados por un sistema que busca el aprobado por encima de la enseñanza y que arroja a la cuneta al que se queda atrás. La educación solo busca nuevos titulados que incorporar a las listas del paro o a trabajos precarios para incrementar los beneficios de la gran empresa y seguir sosteniendo el sistema con su miseria y su miedo...¡todo sigue igual, por cierto!
Tal vez lo que el sistema desea es que nos incorporemos a él sin plantearnos si merece la pena y sin darnos cuenta de que, la única manera de cambiarlo es quedarse al margen, pues si todos nos quedamos fuera, el sistema caerá. Como decía Rabindranath Tagore, hacer preguntas es prueba de que se piensa.
¡Salud y aprended todo lo que podáis , aunque os suspendan!
Camina plácida entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. En cuanto sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las personas ruidosas y agresivas, pues son un fastidio para el espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás vana y amargada pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes. Mantén el interés en tu propia carrera, por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos. Sé cauta en tus negocios, pues el mundo está lleno de engaños. Más no dejes que esto te vuelva ciega para la virtud que existe, hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar
nobles ideales, la vida está llena de heroísmo. Sé sincera contigo mismo, en especial no finjas el afecto, y no seas cínica en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la hierba. Acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con donaire las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja de las adversidades repentinas, más no te agotes con pensamientos oscuros, muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Sobre una sana disciplina, sé benigna contigo misma. Tú eres una criatura del universo, no menos que las plantas y las estrellas,
tienes derecho a existir, y sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera. Por eso debes estar en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de Él, y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones, conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida. Aún con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Sé cauta. Esfuérzate por ser feliz.
Mis nervios desafinan con la misma frecuencia que mis primas. Si por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de la cama, a los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi ropero. En ese cuarto de hora, sin embargo, he tenido tiempo de estrangular a mis hermanos, de arrojarme a algún precipicio y de quedar colgado de las ramas de un espinillo.
Mi digestión inventa una cantidad de crustáceos, que se entretienen en perforarme el intestino. Desde la infancia, necesito que me desabrochen los tiradores, antes de sentarme en alguna parte, y es rarísimo que pueda sonarme la nariz sin encontrar en el pañuelo un cadáver de cucaracha.
Todavía, cuando llovizna, me duele la pierna que me amputaron hace tres años. Mi riñón derecho es un maní. Mi riñón izquierdo se encuentra en el museo de la Facultad de Medicina. Soy poliglota y tartamudo. He perdido, a la lotería, hasta las uñas de los pies, y en el instante de firmar mi acta matrimonial, me di cuenta que me había casado con una cacatúa.
Las márgenes de los libros no son capaces de encauzar mi aburrimiento y mi dolor. Hasta las ideas más optimistas toman un coche fúnebre para pasearse por mi cerebro. Me repugna el bostezo de las camas deshechas, no siento ninguna propensión por empollarle los senos a las mujeres y me enferma que los boticarios se equivoquen con tan poca frecuencia en los preparados de estricnina.
En estas condiciones, creo sinceramente que lo mejor será tragarse una cápsula de dinamita y encender, con toda tranquilidad, un cigarrillo.
Es ley de vida, lo cual no significa que sea fácil.
Cuesta ver envejecer a tus padres.
Porque sabes de sus viejas privaciones, de lo delgados que se vuelven los bolsillos de las familias con dos hijos y una casa, del cansancio acumulado tras los ojos.
Porque sabes de eso y lo demás, los malabares a la hora de las compras, las tardes fatigadas cosiendo rodilleras, las horas difíciles en que se asomaron al balcón de sus renuncias para mirar lo que dejaban, la vela apagada de las aspiraciones.
Porque sabes de eso hoy han regresado el tiempo y la nostalgia a hacer un comunicado conjunto para devolverte esas imágenes lejanas de tu infancia con ellos como telón de fondo.
Las horas con tu madre en el museo, su insistencia en que apreciaras lo importante, el arte, la palabra, la ayuda en los deberes.
La difícil escarcha en el cristal, la lucha de tu padre cada mañana, las cintas de cassette del cielo de tu infancia.
Y jamás pidieron nada a cambio.
Nunca alzaron la voz, nunca pedirán cuentas para que jamás te enteres de que el mundo no les dio lo que esperaban.
Hoy, cruzados los 70, duele ver que el desgaste hizo su trabajo y que las fuerzas ya no acompañan del mismo modo que las ganas.
Y lo entiendes: crecer también es comprender los sacrificios que otros asumieron para que tú caminaras ligero por la acera de tu infancia.
Y también entiendes que te toca velar su cansancio, pues se han ganado el brazo de apoyo, el viaje que nunca pudieron hacer.
Y entiendes también que ha llegado la hora de devolver lo que nunca te pidieron, haciendo llevadera su carga, suavizando la fatiga acumulada tras los ojos.
Parece ser que por fin llega el momento más importante de tu vida: ganarte de una vez aquello que ellos nunca te cobraron.